Napoleón, triunfante en Europa, fija su codiciosa mirada sobre España, obligando al rey español Carlos IV, para que sea su aliado en la conquista de Portugal. Este es el pretexto que utiliza el ambicioso Emperador para invadir la Península.
A esta política de Carlos IV, instigado por su favorito Godoy, se opone su hijo, el Príncipe de Asturias Don Fernando.
El general francés Junot entra en España con sus tropas el 18 de octubre de 1807 apoderándose de casi todo Portugal, huyendo al Brasil los soberanos portugueses.
Continúan entrando tropas francesas en España, hasta unos cien mil hombres, al frente de los cuales pone Napoleón a su cuñado el general Murat.
Mientras parte de los ejércitos invasores ocupan el norte, un tercer ejército atraviesa los Pirineos Orientales y entra en Cataluña.
Godoy, inquieto ante las numerosas fuerzas invasoras, empieza a recelar de las intenciones de Napoleón, tratando infructuosamente de salvar la situación.
El Pueblo, con su claro instinto, nota algo anormal el constante movimiento de tropas extranjeras por el suelo español y se manifiesta en contra de la política de Godoy, amotinándose en Aranjuez contra el favorito del Rey.
Mientras tanto entretiene a Fernando VII, con la promesa que Napoleón en persona viene a verle.
Murat convence a Fernando VII, para que salga hacia la frontera a recibir al Emperador y así, con engaños, llega hasta Bayona. Allí le proponen los franceses que renuncie al trono y, en vista de su negativa, esperan la llegada de Carlos IV, su esposa y el favorito de ambos, Godoy.
Fernando VII se da cuenta de la traición de los franceses al discutir con Carlos IV y devuelve la corona a su padre, el cual ¡abdica en Napoleón!.
Mientras tanto en Madrid, el ambiente es muy hostil hacia las fuerzas francesas y en una atmósfera cargada de inquietudes, llegamos al glorioso día del 2 de mayo de 1808; desde bien temprano se congregó la multitud ante el Palacio Real, en la Plaza de Oriente y al subir al coche para conducirlo a Francia al infantito Don Francisco, que iba llorando, alguien lanzó el histórico grito "¡que nos lo llevan!" y al momento, hombres y mujeres, rodean las carrozas tratando de impedir el viaje.
Las fuerzas del invasor disparan y la sangre de los primeros mártires de la Independencia española, abre una página gloriosa, grabada a sangre y fuego, en el libro de la Historia de España.
Al ruido de los broncos cañones y de los dispersos tiros, se propaga como reguero de pólvora por todo Madrid, la noticia de lo sucedido en la Plaza de Oriente. Los grupos de hombres y mujeres corren despavoridos lanzando gritos contra el invasor francés: "¡A morir matando...!, ¡No más esclavos!". La soldadesca francesa los sigue ametrallando y caen más muertos y heridos ante los Caños del Peral.
Poco a poco se va rehaciendo el pueblo de su primer estupor y surgen navajas, tijeras y palos, blandidos con furia por hombres, mujeres y mozalbetes, en tanto que de ventanas y balcones cae una lluvia continua de ladrillos, piedras, muebles y calderadas de agua o aceite hirviendo.
En la Puerta del Sol, se refugian en el templo del Buen Suceso niños y ancianos, en tanto que las heroicas mujeres madrileñas y los hombres indomables, presentan la primera resistencia seria al invasor.
Aquí no mueren sólo los defensores españoles, caen también los orgullosos soldados de Napoleón, continuando la lucha durante muchas horas y aún toda la noche.
Los soldados españoles ¿qué hacen en tanto?. Acuartelados, sin órdenes directas del Rey, permanecen confusos y pasivos.
Sin embargo el capitán Daóiz no se resigna a ver impasible como muere su pueblo; arenga a sus soldados y entonces se les une el capitán de artillería Don Pedro Velarde, con treinta voluntarios más, al grito de ¡Viva Fernando VII!..¡Viva España!...
A pesar del heroísmo español, lleno de casos de sublime patriotismo que se desarrollan en esta gloriosa y luctuosa fecha, no le cuesta gran trabajo a Murat arrollar a la muchedumbre que invade ya calles y plazas. Las tropas francesas que tienen tomadas de antemano posiciones estratégicas, penetran por los diferentes extremos de la capital.
Mientras que la guardia imperial acuchilla a los grupos, se destacan por su crueldad los lanceros y mamelucos, que fuerzan las casas donde suponen les han hecho disparos, degollando a sus habitantes.
En Móstoles, pueblo cercano a Madrid, su patriótico alcalde reúne a los vecinos y les arenga: "¡La Patria está en peligro!. ¡Madrid perece víctima de la perfidia francesa!. ¡Españoles, acudid a salvarla!...".
Hombres y mujeres, rivalizando en entusiasmo, se arman con trabucos viejos, navajas y palos, disponiéndose a combatir al invasor al frente de su españolísimo alcalde Don Andrés Torrejón.
Y es que el pueblo hispano, siempre hidalgo, cortés y hospitalario, no ha consentido nunca que pise como invasor del suelo patrio la plantilla de ningún extranjero.
Sucesos tan importantes se conocen pronto en Francia, y Napoleón convoca un simulacro de Cortes españolas en Bayona.
Reunidas el 15 de junio, redactan una Constitución y proclaman Rey de España a José Bonaparte, a la sazón Rey de Nápoles.
El Rey José llega a Madrid el 20 de julio; poco después escribe a su hermano: "No me asusta mi posición, pero es única en la historia; no tengo aquí un solo partidario". En efecto, el pueblo español no deja de manifestar su odio.
Constantemente le llaman "Pepe Botella" y circulan dibujos caricaturescos y letrillas alusivas; es sabido que José Bonaparte no bebía. A España llegó animado de buenos propósitos y en contra de su voluntad. Dándose cuenta de la razón del pueblo español, escribe a Napoleón: "Tengo por enemiga a una nación de doce millones de habitantes, bravos y exasperados hasta el extremo... Todo lo que se hizo aquí el 2 de mayo, es odioso....; No se ha tenido ninguna consideración para este pueblo.... No, señor: Estáis en un error, vuestra gloria se hundirá en España...".
El Rey "Intruso" entra en Madrid el 21 de julio de 1808. Cuatro días después se hace la proclamación entre la indiferencia del pueblo.
El movimiento popular, iniciado por el manifiesto del Alcalde de Móstoles, se propaga a Extremadura y Andalucía, pero por coincidencia histórica cabe a Asturias, la gloria de iniciar articuladamente el movimiento.
El ejemplo de Oviedo fue seguido por Santander, Coruña, Cádiz y Sevilla con la mayoría de las ciudades no ocupadas por Francia.
Poco a poco, se van organizando las fuerzas españolas y en tierras de Andalucía, se cubren de gloria luchando contra el invasor:
El general francés Dupont, sale de Toledo con sus fuerzas, dirigiéndose a Cádiz. Derrota a los españoles que se le oponen en el Puente de Alcolea y entra en Córdoba entregando esta ciudad al más horroroso saqueo y a las violencias más escandalosas.
Mientras tanto los españoles, bajo el mando supremo del general Castaños, resuelven atacar al enemigo. El general francés sale de Andújar al anochecer del 18 de julio, deseoso de ocultar sus movimientos y salvar el inmenso botín del saqueo de Córdoba y Jaén. Castaños le corta el paso y tiene lugar en Bailén la célebre batalla en que fueron abatidas las águilas napoleónicas por vez primera el 19 de julio de 1808.
Tres días después se firmó la capitulación de Bailén, entregando los franceses banderas y 20.000 prisioneros de guerra así como vasos sagrados, robados a su paso por Andalucía.
Con la gran derrota infligida a los franceses en Bailén, queda tan comprometida la situación de la Corte del Rey José, que este decide marcharse de Madrid y retirarse con sus tropas hacia el Ebro, en espera de los refuerzos que le envía el Emperador.
Zaragoza ha sido sitiada por el general francés Lefebvre, que amenaza con pasar a cuchillo a todos sus habitantes si no se rinden; los valerosos aragoneses contestan negativamente y se aprestan a realizar la heroica defensa que los inmortalizará. Y cuando tras una pieza de la artillería española caen todos los hombres, surge la heroína famosa.
Es una mujer del pueblo, "Agustina de Aragón", pues con este nombre pasó a la historia, la que prende valerosamente la mecha del cañón que contiene a los asaltantes.
Una jota bravía brota de los enardecidos pechos:
"La Virgen del Pilar dice
que no quiere ser francesa,
que quiere ser capitana
de la tropa aragonesa."
Y también la nobleza, representada por otra mujer heroica, la condesa de Bureta, se bate contra el invasor.
La valerosa condesa, patriota infatigable y exaltada, se la ve muchas veces despreciar el fuego incesante, llevando provisiones y municiones a los combatientes y socorriendo a los heridos. Ante su casa, forma dos baterías en la calle y espera a los franceses, resuelta a combatirles hasta la muerte.
Esta gallarda mujer, de altivo porte y esbelta figura, arenga al paisanaje, empuña las armas y cuanto más rugen los cañones enemigos, más se agiganta su figura.
En estas gloriosas jornadas, los baturros dan generosamente su sangre en defensa de la independencia patria y cuando no tienen piedras ni sacos terreros para taponar las brechas que en las murallas hace la metralla enemiga, cierran con cadáveres de sus propios hermanos caídos.
Ante las amenazas de capitulación, contesta el general Palafox "¡Guerra a cuchillo!". Y el 31 de agosto los franceses levantan el sitio de Zaragoza, que les costó más de 3.000 bajas.
José Bonaparte marcha de la capital de España, a consecuencia de la batalla de Bailén y de las sucesivas derrotas de los franceses.
Las Juntas Provinciales acuerdan entonces constituir una Junta Suprema Central gubernativa del reino, constituida por dos diputados de cada provincia. Al frente de ella ponen al anciano y respetable conde de Floridablanca, instalándose en el real sitio de Aranjuez; se celebra la primera reunión el 25 de septiembre de 1808.
El 20 de noviembre ataca Somosierra y aunque las tropas españolas, bien situadas, causan muchas bajas al enemigo, éste, superior en número y más organizado militarmente, pasa por la sierra del Guadarrama.
Ante la vista del Emperador, está ya el Madrid heroico, como presa codiciada. Y el día 2 de diciembre entra el corso en Chamartín.
La Junta española en pleno, marcha a Badajoz, con objeto de seguir organizando la resistencia.
Sin perder tiempo, Napoleón dirige el ataque contra la capital de España con gran lujo de precauciones. La villa matritense no está fortificada y su guarnición se reduce a unos quinientos soldados.
Las huestes napoleónicas toman con facilidad el Retiro y poco después, el día 4 de diciembre, capitula Madrid.
Como si fuese Rey de España, Napoleón expide decretos desde Chamartín, creando con esto a José Bonaparte, que está en El Pardo, una situación desairada.
El 20 de diciembre entran en Madrid con gran pompa, el Emperador y su hermano José. A las pocas horas, ya instalado el Rey José en el Palacio Real, sale Napoleón de la capital, convencido de tener una España esclavizada y vencida.
A pesar de ello, aún tiene Napoleón que batir fuerzas a los ingleses que hay en la Península, cortándole por poco el paso a Francia.
Bonaparte se ha visto obligado a salir tan precipitadamente por la actitud de Austria, que según noticias recibidas, hacen necesaria su presencia en París.
Más de 36.000 hombres con sesenta cañones, bajo el mando de los mariscales franceses Moncey y Morlier atacan nuevamente a Zaragoza, defendida por los bravos aragoneses a las órdenes de Palafox.
Después de un mes de infructuosos ataques, el general Lannes organiza el ataque y después de haberse apoderado del Monte Torrero, el día 1º de febrero de 1809 penetran los franceses en la ciudad, luchando durante tres semanas calle por calle y casa por casa, se ataca al enemigo desde tejados y ventanas.
Se producen innumerables casos de heroísmo, pero el hacinamiento de los defensores y la escasez de víveres, producen el hambre y la peste.
La hermosa ciudad, que contaba al empezar el sitio con más de 55.000 habitantes, ya sólo tiene 18.000 y de éstos, 14.000 enfermos.
-"¿Juráis- se les pregunta- defender la religión católica, apostólica y romana, la integridad del territorio nacional, el trono de Fernando VII y el desempeño fiel de vuestro cometido?.- ¡Sí juramos!- responden con nutrida voz.
- Dios os lo premie si así lo hiciereis y si no os lo demande."
A esta política de Carlos IV, instigado por su favorito Godoy, se opone su hijo, el Príncipe de Asturias Don Fernando.
El general francés Junot entra en España con sus tropas el 18 de octubre de 1807 apoderándose de casi todo Portugal, huyendo al Brasil los soberanos portugueses.
Continúan entrando tropas francesas en España, hasta unos cien mil hombres, al frente de los cuales pone Napoleón a su cuñado el general Murat.
Mientras parte de los ejércitos invasores ocupan el norte, un tercer ejército atraviesa los Pirineos Orientales y entra en Cataluña.
Godoy, inquieto ante las numerosas fuerzas invasoras, empieza a recelar de las intenciones de Napoleón, tratando infructuosamente de salvar la situación.
El Pueblo, con su claro instinto, nota algo anormal el constante movimiento de tropas extranjeras por el suelo español y se manifiesta en contra de la política de Godoy, amotinándose en Aranjuez contra el favorito del Rey.
Aumenta con esto el partido fernandista y, temeroso Carlos IV, destituye a Godoy y abdica en su hijo Fernando el 19 de marzo de 1808.
Cinco días más tarde, entra en Madrid el nuevo monarca Fernando VII, haciéndole los madrileños tal reconocimiento, que desde la Puerta de Atocha, por la calle de Alcalá, hasta el Palacio de Oriente, tardó seis horas.
Murat, que ha entrado con sus tropas en Madrid veinticuatro horas antes, no reconoce oficialmente al nuevo Rey y convence a Carlos IV para que dirija una carta a Napoleón, negando la validez de su abdicación.Mientras tanto entretiene a Fernando VII, con la promesa que Napoleón en persona viene a verle.
Murat convence a Fernando VII, para que salga hacia la frontera a recibir al Emperador y así, con engaños, llega hasta Bayona. Allí le proponen los franceses que renuncie al trono y, en vista de su negativa, esperan la llegada de Carlos IV, su esposa y el favorito de ambos, Godoy.
Fernando VII se da cuenta de la traición de los franceses al discutir con Carlos IV y devuelve la corona a su padre, el cual ¡abdica en Napoleón!.
Mientras tanto en Madrid, el ambiente es muy hostil hacia las fuerzas francesas y en una atmósfera cargada de inquietudes, llegamos al glorioso día del 2 de mayo de 1808; desde bien temprano se congregó la multitud ante el Palacio Real, en la Plaza de Oriente y al subir al coche para conducirlo a Francia al infantito Don Francisco, que iba llorando, alguien lanzó el histórico grito "¡que nos lo llevan!" y al momento, hombres y mujeres, rodean las carrozas tratando de impedir el viaje.
Las fuerzas del invasor disparan y la sangre de los primeros mártires de la Independencia española, abre una página gloriosa, grabada a sangre y fuego, en el libro de la Historia de España.
Al ruido de los broncos cañones y de los dispersos tiros, se propaga como reguero de pólvora por todo Madrid, la noticia de lo sucedido en la Plaza de Oriente. Los grupos de hombres y mujeres corren despavoridos lanzando gritos contra el invasor francés: "¡A morir matando...!, ¡No más esclavos!". La soldadesca francesa los sigue ametrallando y caen más muertos y heridos ante los Caños del Peral.
Poco a poco se va rehaciendo el pueblo de su primer estupor y surgen navajas, tijeras y palos, blandidos con furia por hombres, mujeres y mozalbetes, en tanto que de ventanas y balcones cae una lluvia continua de ladrillos, piedras, muebles y calderadas de agua o aceite hirviendo.
En la Puerta del Sol, se refugian en el templo del Buen Suceso niños y ancianos, en tanto que las heroicas mujeres madrileñas y los hombres indomables, presentan la primera resistencia seria al invasor.
Aquí no mueren sólo los defensores españoles, caen también los orgullosos soldados de Napoleón, continuando la lucha durante muchas horas y aún toda la noche.
Los soldados españoles ¿qué hacen en tanto?. Acuartelados, sin órdenes directas del Rey, permanecen confusos y pasivos.
Sin embargo el capitán Daóiz no se resigna a ver impasible como muere su pueblo; arenga a sus soldados y entonces se les une el capitán de artillería Don Pedro Velarde, con treinta voluntarios más, al grito de ¡Viva Fernando VII!..¡Viva España!...
A pesar del heroísmo español, lleno de casos de sublime patriotismo que se desarrollan en esta gloriosa y luctuosa fecha, no le cuesta gran trabajo a Murat arrollar a la muchedumbre que invade ya calles y plazas. Las tropas francesas que tienen tomadas de antemano posiciones estratégicas, penetran por los diferentes extremos de la capital.
Mientras que la guardia imperial acuchilla a los grupos, se destacan por su crueldad los lanceros y mamelucos, que fuerzan las casas donde suponen les han hecho disparos, degollando a sus habitantes.
Murat publica un bando, ordenando el fusilamiento de todo español que sea encontrado con armas de cualquier clase, siendo así fusilados sin formación de causa, centenares de infelices inocentes, simplemente por llevar cortaplumas o tijeras; el Salón del Prado y los desmontes de la Moncloa se empapan con la sangre de los mártires de la Independencia.
El genial pintor aragonés Don Francisco de Goya, traslada al lienzo aquellos cuadros de horror para asombro de generaciones futuras. Tan ejemplar proclama dada contra el invasor en Madrid, pronto tiene resonancia hasta en el último rincón de España. A los viajeros que salen de Madrid, se les piden noticias sobre los antes olvidados negocios públicos, hasta en los villorrios y caseríos casi despoblados.
Se reúnen grupos para leer las cartas que llegan de la heroica villa y estrechándose unos a otros las manos, dan gritos de guerra que se extenderán por toda la nación.En Móstoles, pueblo cercano a Madrid, su patriótico alcalde reúne a los vecinos y les arenga: "¡La Patria está en peligro!. ¡Madrid perece víctima de la perfidia francesa!. ¡Españoles, acudid a salvarla!...".
Hombres y mujeres, rivalizando en entusiasmo, se arman con trabucos viejos, navajas y palos, disponiéndose a combatir al invasor al frente de su españolísimo alcalde Don Andrés Torrejón.
Y es que el pueblo hispano, siempre hidalgo, cortés y hospitalario, no ha consentido nunca que pise como invasor del suelo patrio la plantilla de ningún extranjero.
Sucesos tan importantes se conocen pronto en Francia, y Napoleón convoca un simulacro de Cortes españolas en Bayona.
Reunidas el 15 de junio, redactan una Constitución y proclaman Rey de España a José Bonaparte, a la sazón Rey de Nápoles.
El Rey José llega a Madrid el 20 de julio; poco después escribe a su hermano: "No me asusta mi posición, pero es única en la historia; no tengo aquí un solo partidario". En efecto, el pueblo español no deja de manifestar su odio.
Constantemente le llaman "Pepe Botella" y circulan dibujos caricaturescos y letrillas alusivas; es sabido que José Bonaparte no bebía. A España llegó animado de buenos propósitos y en contra de su voluntad. Dándose cuenta de la razón del pueblo español, escribe a Napoleón: "Tengo por enemiga a una nación de doce millones de habitantes, bravos y exasperados hasta el extremo... Todo lo que se hizo aquí el 2 de mayo, es odioso....; No se ha tenido ninguna consideración para este pueblo.... No, señor: Estáis en un error, vuestra gloria se hundirá en España...".
El Rey "Intruso" entra en Madrid el 21 de julio de 1808. Cuatro días después se hace la proclamación entre la indiferencia del pueblo.
El movimiento popular, iniciado por el manifiesto del Alcalde de Móstoles, se propaga a Extremadura y Andalucía, pero por coincidencia histórica cabe a Asturias, la gloria de iniciar articuladamente el movimiento.
En Oviedo se hace el levantamiento el día 9 de mayo, apoderándose el pueblo de la casa de armas donde hay 100.000 fusiles; los estudiantes de la Universidad son de los primeros en armarse; las tropas fraternizan con el pueblo; las autoridades se ponen a la cabeza del movimiento y declaran solemnemente la guerra a Napoleón.
El 24 de mayo se había constituido su primera Junta Nacional, denominándose después "Junta suprema de Gobierno" para organizar el alzamiento. Se organiza un ejército y se envían a Londres dos comisionados para pedir el auxilio de Inglaterra.El ejemplo de Oviedo fue seguido por Santander, Coruña, Cádiz y Sevilla con la mayoría de las ciudades no ocupadas por Francia.
Poco a poco, se van organizando las fuerzas españolas y en tierras de Andalucía, se cubren de gloria luchando contra el invasor:
El general francés Dupont, sale de Toledo con sus fuerzas, dirigiéndose a Cádiz. Derrota a los españoles que se le oponen en el Puente de Alcolea y entra en Córdoba entregando esta ciudad al más horroroso saqueo y a las violencias más escandalosas.
Mientras tanto los españoles, bajo el mando supremo del general Castaños, resuelven atacar al enemigo. El general francés sale de Andújar al anochecer del 18 de julio, deseoso de ocultar sus movimientos y salvar el inmenso botín del saqueo de Córdoba y Jaén. Castaños le corta el paso y tiene lugar en Bailén la célebre batalla en que fueron abatidas las águilas napoleónicas por vez primera el 19 de julio de 1808.
Tres días después se firmó la capitulación de Bailén, entregando los franceses banderas y 20.000 prisioneros de guerra así como vasos sagrados, robados a su paso por Andalucía.
Con la gran derrota infligida a los franceses en Bailén, queda tan comprometida la situación de la Corte del Rey José, que este decide marcharse de Madrid y retirarse con sus tropas hacia el Ebro, en espera de los refuerzos que le envía el Emperador.
Zaragoza ha sido sitiada por el general francés Lefebvre, que amenaza con pasar a cuchillo a todos sus habitantes si no se rinden; los valerosos aragoneses contestan negativamente y se aprestan a realizar la heroica defensa que los inmortalizará. Y cuando tras una pieza de la artillería española caen todos los hombres, surge la heroína famosa.
Es una mujer del pueblo, "Agustina de Aragón", pues con este nombre pasó a la historia, la que prende valerosamente la mecha del cañón que contiene a los asaltantes.
Una jota bravía brota de los enardecidos pechos:
"La Virgen del Pilar dice
que no quiere ser francesa,
que quiere ser capitana
de la tropa aragonesa."
Y también la nobleza, representada por otra mujer heroica, la condesa de Bureta, se bate contra el invasor.
La valerosa condesa, patriota infatigable y exaltada, se la ve muchas veces despreciar el fuego incesante, llevando provisiones y municiones a los combatientes y socorriendo a los heridos. Ante su casa, forma dos baterías en la calle y espera a los franceses, resuelta a combatirles hasta la muerte.
Esta gallarda mujer, de altivo porte y esbelta figura, arenga al paisanaje, empuña las armas y cuanto más rugen los cañones enemigos, más se agiganta su figura.
En estas gloriosas jornadas, los baturros dan generosamente su sangre en defensa de la independencia patria y cuando no tienen piedras ni sacos terreros para taponar las brechas que en las murallas hace la metralla enemiga, cierran con cadáveres de sus propios hermanos caídos.
Ante las amenazas de capitulación, contesta el general Palafox "¡Guerra a cuchillo!". Y el 31 de agosto los franceses levantan el sitio de Zaragoza, que les costó más de 3.000 bajas.
José Bonaparte marcha de la capital de España, a consecuencia de la batalla de Bailén y de las sucesivas derrotas de los franceses.
Las Juntas Provinciales acuerdan entonces constituir una Junta Suprema Central gubernativa del reino, constituida por dos diputados de cada provincia. Al frente de ella ponen al anciano y respetable conde de Floridablanca, instalándose en el real sitio de Aranjuez; se celebra la primera reunión el 25 de septiembre de 1808.
También en Madrid se celebra en 1º de octubre, un consejo de generales, dividiendo en cuatro los ejércitos españoles: uno en Vascongadas y Norte de Castilla, a las órdenes de Blake; otro en Cataluña, mandado por Juan Manuel Vives; un tercero para el Centro, dirigido por Castaños y el cuarto para Aragón, al mando de Palafox.
Mientras Fernando VII permanece en cautiverio, acuerdan que el poder de la asamblea es soberano, procediendo la nueva Junta a ordenar la vida económica y militar del país.
Viendo los hechos adversos para el ejército francés en la Península Ibérica, Napoleón en persona decide ponerse al frente de sus más aguerridas tropas y el 8 de noviembre entra en España con 250.000 veteranos, vencedores en las principales ciudades europeas.
Avanza desde la línea del Ebro y en una rápida campaña de tres semanas, el ejército francés derrota a las fuerzas españolas tan ligeramente formadas en Espinosa, Burgos y Tudela, avanzando camino de la capital de España.El 20 de noviembre ataca Somosierra y aunque las tropas españolas, bien situadas, causan muchas bajas al enemigo, éste, superior en número y más organizado militarmente, pasa por la sierra del Guadarrama.
Ante la vista del Emperador, está ya el Madrid heroico, como presa codiciada. Y el día 2 de diciembre entra el corso en Chamartín.
La Junta española en pleno, marcha a Badajoz, con objeto de seguir organizando la resistencia.
Sin perder tiempo, Napoleón dirige el ataque contra la capital de España con gran lujo de precauciones. La villa matritense no está fortificada y su guarnición se reduce a unos quinientos soldados.
Las huestes napoleónicas toman con facilidad el Retiro y poco después, el día 4 de diciembre, capitula Madrid.
Como si fuese Rey de España, Napoleón expide decretos desde Chamartín, creando con esto a José Bonaparte, que está en El Pardo, una situación desairada.
El 20 de diciembre entran en Madrid con gran pompa, el Emperador y su hermano José. A las pocas horas, ya instalado el Rey José en el Palacio Real, sale Napoleón de la capital, convencido de tener una España esclavizada y vencida.
A pesar de ello, aún tiene Napoleón que batir fuerzas a los ingleses que hay en la Península, cortándole por poco el paso a Francia.
Bonaparte se ha visto obligado a salir tan precipitadamente por la actitud de Austria, que según noticias recibidas, hacen necesaria su presencia en París.
Más de 36.000 hombres con sesenta cañones, bajo el mando de los mariscales franceses Moncey y Morlier atacan nuevamente a Zaragoza, defendida por los bravos aragoneses a las órdenes de Palafox.
Después de un mes de infructuosos ataques, el general Lannes organiza el ataque y después de haberse apoderado del Monte Torrero, el día 1º de febrero de 1809 penetran los franceses en la ciudad, luchando durante tres semanas calle por calle y casa por casa, se ataca al enemigo desde tejados y ventanas.
Se producen innumerables casos de heroísmo, pero el hacinamiento de los defensores y la escasez de víveres, producen el hambre y la peste.
La hermosa ciudad, que contaba al empezar el sitio con más de 55.000 habitantes, ya sólo tiene 18.000 y de éstos, 14.000 enfermos.
Ya sólo quedan 4.000 combatientes. El mismo Palafox, está enfermo; humanamente ya no hay posibilidad de resistencia y el 20 de febrero capitulan. Cuando entran los franceses, aquello no es una ciudad, ¡es un vasto cementerio!.
Ha pasado un año desde la fecha gloriosa del 2 de mayo de 1808 y aún no está abatido el león hispano.
A Gerona, ciudad sitiada por dos veces inútilmente, trata de asaltarla por tercera vez el general Saint-Cyr, con 30.000 hombres y gran lujo de artillería. Cuentan los sitiados para su defensa con la protección de San Narciso, patrón muy venerado de la ciudad, con la fidelidad a su general Álvarez de Castro y con quince mil corazones de bravos españoles dispuestos a la lucha.
A ninguna intimidación quiere escuchar. Una granada abate la bandera que tremola en lo alto, pero un valiente apellidado Montoro la enarbola de nuevo, entre una lluvia de balas. Todo el verano atacan los franceses sin conseguir entrar.
Es asombrosa la entereza y sangre fría del general Álvarez de Castro y de los gerundenses; pero el hambre unido también a la epidemia, va diezmando a los héroes.
Más de 20.000 hombres perdieron los franceses, hasta ocupar la plaza el 10 de diciembre de 1809. Álvarez de Castro fue apresado y hay indicios de muerte violenta.
Inglaterra ayuda a España en esta guerra de invasión. Desde Portugal entra en nuestro país un ejército bajo el mando del general inglés John Moore con intención de llegar a Madrid, pero en continua lucha con los soldados de Napoleón, es obligado a replegarse hasta La Coruña, donde después de encarnizada batalla, consigue Moore reembarcar a las fuerzas británicas para su patria, pereciendo Moore en esta empresa en enero de 1809.
Nuevamente se internan los ingleses en Portugal a las órdenes del general Wellington, al comenzar el año 1810, consiguiendo tomar la línea del Tajo.
En tierras portuguesas luchan los ingleses contra los soldados de Bonaparte, a los que manda el general Massena, siendo Coimbra y Torres-Vedras escenario de estas batallas, en septiembre de 1810.
Lord Wellington que reúne 130.000 hombres, entre su ejército y las milicias españolas y portuguesas, persigue al general Massena que se ve obligado a retirarse de Portugal hasta las Fuentes de Oñoro, donde nuevamente se abaten las águilas napoleónicas.
Los franceses encuentran la resistencia de las fuerzas regulares y las tropas inglesas, pero además hay un factor primordial en la historia de la guerra de la Independencia: ¡Los guerrilleros!.
Los guerrilleros pertenecen a diversas clases sociales y se agrupan por partidas al mando del más experto y audaz. Resucitan el ataque por sorpresa que ya fue empleado en otras épocas por el indómito pueblo español, favorecidos por el abrupto y quebrado terreno peninsular; acechan los movimientos del ejército enemigo, atacan avanzadas, asaltan convoyes y correos y tras causar pérdidas a los franceses, desaparecen por el desigual terreno que conocen mejor que los invasores, a los que desesperan y traen constantemente en jaque.
Así se inmortalizaron en Navarra, Javier Mina y su sobrino; en las montañas de Burgos, el cura Jerónimo Merino; en Salamanca, Julián Sánchez "El Charro"; en La Mancha, el médico Juan Palarea; en Cataluña, el barón de Eroles, Francisco Miláns del Bosch y tantos otros que supusieron enaltecer a la Patria.
Fueron los guerrilleros tal pesadilla para los invasores, que el general francés Soult expidió en Andalucía este decreto: "No hay ningún ejército español fuera del de S.M. católica Don José Bonaparte. Así que todas las partidas que existan en las provincias, cualquiera que sea su número y cualesquiera que sean sus comandantes, serán tratadas como reuniones de bandidos y los individuos de ellas cogidos con las armas en la mano, serán fusilados y sus cadáveres expuestos en los caminos públicos". Los guerrilleros hostigan cada vez más a los franceses.
Entre los más destacados guerrilleros está el navarro Francisco Espoz y Mina, que tiene 30 años y combate al lado su tío Javier; en cuarenta y tres acciones de guerra vence a los más famosos generales franceses.
Al frente de su partida, toma varias plazas, imponiendo una contribución de 100 onzas de oro mensuales a la aduana francesa de Irún. Cuando muere en 1836, su viuda recibe el título de Condesa y el nombre del general Espoz y Mina se inscribe en el Congreso de los Diputados, entre otros héroes de la libertad.
Un guerrillero aventaja a todos en fama: Juan Martín Díaz, conocido por el sobrenombre de "El Empecinado". Nacido en Castrillo de Duero (Valladolid), tiene 33 años al estallar la guerra de la Independencia. Antes luchó contra Francia en el Rosellón.
Su fortaleza física, hermana con su corazón generoso y amor a la libertad. Empieza formando una guerrilla de media docena de convecinos equipados y armados por él mismo. Con ellos intercepta correos, combate y hace prisioneros.
Sorteando mil peligros, lleva unos pliegos importantísimos al general inglés Moore. Recibe mil duros de recompensa por este servicio, los que dedica a comprar caballos y monturas para aumentar su guerrilla. Con ella se convierte en el adversario más temible de los franceses.
Sus muchas hazañas, le valen ser nombrado general por la Regencia. Más tarde fue perseguido por pedir a Fernando VII que restableciera la constitución. Cuando en 1825 le conducen al cadalso, rompe sus ligaduras y muere luchando contra sus verdugos.
Durante el año 1810 nuevas desgracias amenazan a España.
Napoleón, después de vencer a los austríacos, envía más refuerzos a sus ejércitos de la Península.
Con estos refuerzos, el Rey José manda al general Soult hacia Andalucía. Con poca resistencia toman Sierra Morena, entran en Sevilla y sitian a Cádiz. A la población gaditana se le unen las fuerzas españolas de Extremadura y 5.000 hombres, entre ingleses y portugueses que envía el Gobernador de Gibraltar. Los gaditanos forman una milicia de 8.000 voluntarios. Cádiz es protegida desde el mar, por las escuadras inglesa y española.
El día 6 de marzo, un gran temporal causa a los españoles la pérdida de varios navíos, uno de ellos inglés. Los franceses disparan contra los náufragos arrojados a la costa y les incendian los buques.
A sus peticiones de rendición, las valerosas mujeres cantan:
"Con las bombas que tiran los fanfarrones
se hacen las gaditanas tirabuzones"
se hacen las gaditanas tirabuzones"
Resuelve la Junta Central trasladarse a la Isla de León.
Se nombra un Consejo de Regencia constituido por el Obispo de Orense Don Pedro de Quevedo y Quijano, el Consejero de Estado Don Francisco de Saavedra, el general Castaños, el marino don Antonio Escaño y el mejicano Don Miguel de Mendizábal.
Toda España, desde los Pirineos hasta Cádiz, se halla nominalmente en manos del Rey José, pero el pueblo se resiste y la guerra toma aspecto feroz.
Napoleón sólo concede beligerancia a los soldados de profesión y en vez de respetar el sentimiento patriótico de la nación que lucha por su independencia, trata a las tropas irregulares con bárbara crueldad y las mujeres son ultrajadas.
A los motivos personales, se une un sentimiento religioso, por haberse apoderado el Emperador de los estados Pontifícios y haberse llevado prisionero a Francia al Papa Pío VII.
Por estas causas, las guerrillas aumentan y el Rey José, acaba siendo sólo dueño de las plazas ocupadas por tropas francesas.
Grande es la alegría del pueblo al saber que en Cádiz se han proclamado las Cortes generales extraordinarias el 24 de septiembre de 1810. Los diputados se reúnen este memorable día, en el Salón del Ayuntamiento de la Isla de León. Antes de iniciar la asamblea, se dirigen presididos por los regentes, a la Iglesia Mayor, donde oyen la misa del Espíritu Santo.
Los diputados prestan su juramento solemne con calma majestuosa:
- Dios os lo premie si así lo hiciereis y si no os lo demande."
Así nace la aurora de la moderna libertad española, en medio de una guerra contra un país extranjero, estando las Cortes rodeadas de baterías enemigas que no cesan de hostigarlas.
En calamitosos días abren sus sesiones los representantes del país y hasta el 20 de febrero de 1811 no se trasladan a Cádiz. Los franceses bombardean la plaza sin cesar.
El general Castaños, ayudado por los ingleses, vence a las huestes de Napoleón en Extremadura. Este triunfo, unido a la ocupación por sorpresa del castillo de Figueras, levanta las caídas esperanzas.
Es muy brillante la defensa hecha por los españoles de la ciudad de Tarragona, en mayo de 1811. Bombardeada intensamente por el enemigo, los sitiados contestan con nutrido cañoneo y ametrallan a los asaltantes.
Los buques ingleses aumentan el horror de las sangrientas jornadas, descargando contra los franceses, terribles andanadas.
Muchos de los que bizarramente pelean, se ven acometidos por la espalda y mueren lastimosamente. Más de 4.000 habitantes perecen en la tenaz resistencia, siendo la Catedral el último reducto y el 28 de junio cae Tarragona en poder francés.
Los guerrilleros viendo que las operaciones de los ejércitos tienen poca fortuna, mientras que las partidas combaten con buen éxito, intensifican sus acciones de guerra por sorpresa.
En enero y febrero de 1812, capitulan Valencia, Peñíscola y Denia, mientras que Tarifa resiste y Lord Wellington toma Ciudad Rodrigo.
Las Cortes promulgan en Cádiz la Constitución que es aclamada con entusiasmo por el pueblo el 19 de marzo. Se convoca a la nación a elecciones para Cortes ordinarias en el año de 1813.
Lord Wellington consigue tomar Badajoz y derrota completamente a los franceses en la batalla de los Arapiles, cerca de Salamanca, el 22 de julio; en esta batalla se les hacen 7.000 prisioneros y otros tantos muertos y heridos, entre ellos tres generales.
Triunfalmente llega el general inglés hasta Madrid, obligando a evacuarlo precipitadamente al Rey José, entrando victorioso en la capital de España el día 12 de agosto de 1812.
Wellington es nombrado por las Cortes "general en jefe de las fuerzas españolas" y se le concede el título de duque de Ciudad Rodrigo.
Las fuerzas del Rey José que salieron de Madrid, se unen a las del general Soult, comprometiendo la situación de Lord Wellington.
Este general marcha a Portugal para rehacer su ejército, circunstancia que aprovecha el Rey José para entrar nuevamente en Madrid el 2 de noviembre de 1812.
Napoleón no puede enviarle refuerzos por estar en lucha contra Rusia y le ordena trasladar la corte a Valladolid, a mediados de marzo de 1813.
Lord Wellington con sus tropas anglo-españolas obliga al Rey José a retirarse de Valladolid a Burgos, el 9 de junio de Burgos a Miranda y de Miranda a Vitoria.
Perseguido de cerca el Rey "Intruso" tiene que aceptar la batalla en el llano de Vitoria el 21 de junio de 1813, siendo derrotado y obligando al rey a cruzar la frontera precipitadamente.
Cae en poder de los españoles el equipaje del Rey, sus papeles íntimos y un inmenso botín, procedentes del saqueo francés.
El general español Freire derrota a los franceses en San Marcial el 31 de agosto; el mismo día toman San Sebastián los anglo-portugueses.
Wellington toma Pamplona el 31 de octubre de 1813 y penetra después en territorio francés.
Napoleón trata entonces con Fernando VII, su prisionero de Valencey, para devolverle el trono de España, firmando un vergonzoso tratado de paz, que las Cortes ordinarias reunidas en Madrid a principios de 1814, rechazan el acuerdo firmado, por medio de decreto y manifiesto con fecha 2 de febrero.
El 6 de febrero abdica Napoleón en Fontainebleau. Se pacta la suspensión de hostilidades entre Wellington y los franceses Soult y Suchet, en los días 18 y 19 de abril de 1814, obligándose a devolver a España todas las plazas ocupadas.
Alexa Tatiana Obando
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